lunes, 24 de septiembre de 2012

delivery en recoleta, capital federal

Justo ahora me dieron ganas de comer y no tengo nada en la heladera. Pero qué hago ¿quién podrá ayudarme?, ¿quién podrá defenderme? En fin, ya probé con varias frases y no aparecen ni el Chapulín Colorado ni Mery Poppins ni nadie al rescate. Entonces qué debo hacer. Antes de entrar en pánico recordé que mi heladera, si bien no tiene el uso que la gente normal le da, que es la de guardar comida tiene otro. Almacenar imanes. Afortunadamente el delivery en Recoleta es algo tan común como ponerse un sombrero en Nueva York. Para ponerlo de otra manera, ha más deliveris que almacenes, que verduledrías, que supermercados. Se ve que hay más gente como yo en el mundo. O por lo menos en la manzana o en los alrededores, porque están abiertos a cualquier hora del día y te traen lo que pidas. Lo que quieras, lo que tengan, que a vos te guste. Es más, es tan exitoso el negocio de comidas que hasta las panaderías han empezado a vender alimentos ya preparados. Y no a mucho dinero. Si uno no quiere hacerse el almuerzo pude pedir o bajar a la panadería amiga y comprarse lo que quiera. Claro, no se compara con pedir delivery, el puerta a puerta es lo más. No tienen uno ni que moverse ni que sacarse el pijama. Tampoco que cocinar, que se engrase la cocina, lavar utensilios, platos, etc. Platos tal vez, aunque siempre está la de comer en el envase que viene con el delivery. Yo prefiero optar por esa opción, porque verdaderamente me molesta lavar. Es algo que me provoca negación. No sé por qué. Prefiero comer y tirar. Si no, otra de las alternativas es la de vajilla descartable, aunque es complicado porque los platos se doblan. Los cubiertos se rompen. Los zapatos me aprietan y las medias me dan calor. Y sea como sea, el delivery es lo mejor.